IMPORTANTE FIGURA Todos los secretos de Mascherano, el "capitan sin cinta" que se convirtió en héroe En "El jefe", los periodistas Andrés Eliceche y Alfredo Ves Losada entregan una fascinante biografía del futbolista argentino que descolló en el Mundial de Brasil. Las luces de los reflectores del Arena de San Pablo rebotan en el número 14 de la espalda combada. Inclinado en medio de una ronda que parece un scrum, habla Javier Mascherano. Mueve la mano derecha, los dedos apretados. Mira a los ojos a los jugadores que tiene cerca en el espiral humano improvisado por titulares, suplentes y miembros del cuerpo técnico sobre la línea del lateral.
Habla Mascherano y escuchan en primera fila Lionel Messi, Rodrigo Palacio, Maxi Rodríguez, Fernando Gago, Enzo Pérez, Sergio Agüero, Angel Di María y Sergio Romero. Apenas más atrás, Lucas Biglia, Federico Fernández, Augusto Fernández, Gonzalo Higuaín, José Basanta, Mariano Andújar, Ricky Álvarez, Hugo Campagnaro y Pablo Zabaleta alcanzan a escuchar lo que el rumor del estadio, el cansancio y los nervios permiten. Como pueden, con el cuello estirado y duro, en puntas de pie, también tratan de oír Martín Demichelis, Marcos Rojo, Ezequiel Garay y Agustín Orion. Y atrás de todo, Ezequiel Lavezzi camina como en trance y mete la cabeza en la montonera.
La suerte está echada. Después de un atardecer en el que pudo haber pasado de todo, después de dos horas, siete minutos y veintiocho segundos sin poder soltar el aire, lo único cierto son los penales: un parto en un velatorio. No hay tiempo siquiera para el análisis. No tiene sentido pensar que el partido pudo haber sido para Holanda sobre la hora en el tiempo reglamentario, ni que pudo haber sido para Argentina en dos jugadas clarísimas del alargue. No tiene sentido porque no fue ni una cosa ni la otra, y lo único que importa ahora es que ambos equipos tendrán que jugar su historia y su futuro en una última ficha de flipper. Ya no hay forma de alterar el guión.
Los jugadores de Holanda aguardan en el medio de la cancha, mientras su arquero, Jasper Cillessen, se saca los guantes para atarse los cordones en el banco de suplentes vacío. La ronda argentina se desarma en dos direcciones: un grupo se acomoda al costado del campo; el resto encara en una fila desordenada el círculo donde están los holandeses. Mascherano camina apenas alejado, cerca de la línea de mitad de cancha. Y detrás de él quedan Messi, el otro capitán, Arjen Robben, y los tres jueces que cumplen con las formalidades de los sorteos. Y justo cuando el primer árbitro termina de explicar qué lado de la moneda corresponde a cada arco, justo cuando parece que el tiempo avanzara en cámara lenta y cuando Cillessen se incorpora y merodea solísimo a los capitanes mientras trata de acomodarse una manga, justo cuando Agüero, algo rezagado, amaga un piquemínimo para alcanzar al resto del equipo, Mascherano rompe la noche sin avisar a nadie. El gran responsable de haber desactivado el último cartucho de Robben y de haber salvado el miocardio de un país, the man of the match, gira sobre su posición, y cambia la trayectoria. Se sale del cuadro. Y después de haber recorrido 13.410 metros durante el partido, camina callado 20 metros más que no figuraban en el GPS.
Pasa por adelante del Kun y por atrás de Demichelis; pasa por atrás del árbitro, que lanza justo la moneda al aire y de Cillessen, que aún pelea con el abrojo de un guante. Y en un vértice del tiempo que ya no admite saltos de libreto ni comodines, en el instante exacto en el que el turco Cuneyt Cakir señala con su brazo izquierdo cuál será el arco de la verdad, Mascherano se planta frente a Romero y lo mira a los ojos. El número 14 le habla al número 1, con el mismo tono con el que le habló hace un rato nomás al resto de sus compañeros. Y le dice lo que tiene para decirle. Aunque nadie repare en ello después, también le dirán lo suyo Dirk Kuyt, Klaas-Jan Huntelaar y el propio Robben al errante Cillessen. Pero él lo dice primero, y lo dice mejor.
Y además, Javier a Chiquito le dice: «escuchame: una cosa más». Y esa cosa más no solo tiene que ver con todo lo que pasó durante dos horas, siete minutos y veintiocho segundos. No solo tiene que ver con todo lo que ha pasado desde que llegaron a Brasil, y con todo lo que cada uno de los jugadores viene soñando desde hace años. Tiene que ver, sobre todo, ahora que vuelve a llover sobre San Pablo, con lo que va a pasar dentro de unos minutos.
Es palabra del Jefe, y tiene la fuerza de una profecía. ¿En qué momento habrá pensado «yo voy»? ¿En cuál de los pasos que dio hacia la mitad de la cancha el número 14 pudo ver de reojo al número 1? ¿En qué parte de su trayectoria dio con la frase exacta? ¿Qué significa la palabra héroe? Javier piensa cada sílaba antes de responder. Lo hizo siempre, lo hace ahora, lo seguirá haciendo. Han pasado algunos meses ya desde aquella noche, y una brisa fresca que llega desde la orilla del mar Mediterráneo sacude los árboles viejos del barrio catalán de Gavá Mar. Hoy tiene día libre; afuera hay sol pero hace un poco de frío. Y él dice que en un rato se va a ir a entrenar igual a la ciudad deportiva del Barcelona, solo.
Javier cuenta que es una persona que le da muchas vueltas a las cosas. —Muchísimas vueltas, a todo. Lleva cuatro años viviendo a metros del Mediterráneo, por ejemplo, y aún no lo ha probado. —No lo conozco. Me cuesta mucho salir. Pero ese día en San Pablo, en ese momento cósmico del que era aún, y por pocos minutos más, el partido más importante de su carrera, no pensó en nada. Se dejó llevar. —Me salió. Lo vi ahí, y sentí que le tenía que decir algo, como una suerte de motivación, aunque no la necesitase. Yo lo sentía.
Es consciente de que lo que dijo fue mucho más que «algo». O, en realidad, entiende que para mucha, muchísima gente, lo fue. Pero dice que no se dio cuenta. —Terminó el partido y entre los festejos no vi nada. Me llegaron tantos mensajes después que ni los leí. No les presté atención; es como que pasás de todo. No vi el teléfono hasta que llegué a la concentración, de madrugada. Al otro día, sí, empecé a leer los mensajes, vi un poco la prensa, y bueno, había salido.
Lo que había salido y a esa altura ya se había desparramado por medio mundo era el eslogan que coronaría un pase a la final que parecía guionado. Y sobre todo, cinco palabras que ayudarían a desterrar para siempre la idea instalada en dos generaciones de argentinos de que Italia 90 había sido «el último Mundial». Cinco palabras que Javier simplemente improvisó después de una batalla feroz, sin pensar en absoluto en héroes, dragones o frases épicas.
Solo tenía en claro una cosa mientras caminaba: —El protagonismo lo tenía Chiquito. Si había un momento suyo en el Mundial era ese. El protagonista no era ni quienes pateaban, ni los que estábamos mirando, ni el entrenador: era él. Y bueno, se dio. Sinceramente, de corazón, jamás hice eso para pensar en tener el protagonismo. Justo me engancharon a mí, quizás otro compañero también le dijo algo y no lo llegaron a enganchar.
Javier mira por los ventanales, y al igual que en cada charla, encadena escenas y detalles como un buscador aleatorio. Pasa sin problemas de las sensaciones que sintió en el césped de San Pablo al vestuario del Maracaná, de Ezeiza a Londres, de Rosario a Liverpool, de Núñez a Sant Joan Despí.
No necesita apuntes. No los precisa para acordarse cómo fueron las horas previas a la final. Tampoco para recordar qué sintió la primera vez que se puso la camiseta de la Selección. Recuerda perfectamente el número del colectivo que lo trasladaba desde la esquina del colegio en San Lorenzo hasta el club Renato Cesarini, y el nombre del árbitro del último fin de semana en el Camp Nou. No vacila cuando nombra a los dos delanteros franceses que fueron su pesadilla en la semifinal del Mundial sub 17 en 2001, ni cuando cuenta la cantidad de veces que jugó en el Liverpool o en el club de su barrio. Javier vive para eso: es su trabajo y su obsesión.
No necesita los diarios españoles que hay sobre la mesa con varias fotos suyas para saber que se ha ganado un lugar en la historia del Barça después de más de 200 partidos. Tiene guardado ya el calendario 2015 en la cabeza, e incluye la Copa América de Chile: Argentina debuta contra Paraguay, cinco días después de su cumpleaños 31.
Tampoco le hace falta la agenda para acordarse del acto de fin de año del colegio de sus hijas. Todo lo almacena. Y todo lo cuenta, con detalle. Y mientras lo hace, mira siempre a los ojos. Javier piensa las palabras. Muy rara vez improvisa. Y cada tanto, advierte: —Miren que yo me largo a hablar...
Domingo, 24 de mayo de 2015
|