ESPECTÁCULO Entre críticas y emociones generales, Cosquín empezó a cantar La intensidad que tuvo la primera velada de la 55ª edición del Festival Nacional de Folclore estuvo dividida en un marcado estado de ánimo local, la excelencia de una apertura con la Orquesta Sinfónica del Festival, la fuerza de Soledad para levantar ánimos, las superfluas intervenciones de Maia Sasovsky, la silbatina a Fabián Palacios y la tristeza palpable detrás del escenario sobre calle Tucumán. No faltaron tampoco los acoples de sonido, las discusiones sobre el número de gente en la plaza, un número inusitado de policías en todos los rincones, la pasión de Pedro Aznar y las nostalgias centradas en la ausencia de Marcelo Simón, la cantidad de fuegos de artificio y los olores a excremento de caballo que quedaron en la avenida San Martín tras el desfile inaugural. La contradicción estaba a flor de piel. Entre Los coscoínos que hicieron escuchar su opinión con silbidos sobre la presencia de Palacios que lanzó el grito sagrado de “Aquí Cosquín” y la euforia que por momentos manifestó la platea en general. Darío Di Tomaso, el tenor coscoíno, vino a salvar a los anfitriones con una impecable interpretación del Himno Nacional con la Sinfónica del Festival. La primera noche festivalera se marcó además por una manifiesta oposición a la reducción del horario, a la transmisión calificada como “trucha” (“porque transmiten todos y nadie ve todo”), a la ausencia de Claudio Juárez, a que Maia Sasovsky siga haciendo de modelo o modelando y utilice el escenario Atahualpa Yupanqui como pasarela. En ese marco, la plaza parecía indiferente por momentos, y de pronto explotaba con una madura Soledad o la exquisitez del espectáculo que brindó Pedro Aznar. En esas instancias, entre bambalinas, los ya experimentados coordinadores de escenario se percataban que las cosas serían muy diferentes a las del año pasado, hasta alguno se quejó de aburrido, mientras que el productor Norberto Bacón hacía números en una libretita de almacenero y su mujer se enojaba con los del sonido. Aznar rescató la belleza del disco “Yo tengo tantos hermanos” con poemas de Atahualpa Yupanqui, en el que se lució con el falsete y el aire de copla que logró imponerle. Sin embargo, el sonido volvía a jugar una mala pasada, no muy notoria pero que se evidenció en el rostro de Aznar. Cuando se acercaba el anunciado cierre, a las 3 de la madrugada, la plaza se encontraba ocupada con menos de la mitad, y las populares siempre se mostraron con menos gente que lo habitual. En ese marco, como para salvar lo popular, trámite nada fácil en este festival, ocupó la escena la salteña Mariana Cayón con su quena y le puso ritmo con con tinkus, guaracha santiagueña y carnavalitos para levantar la alicaída plaza, y llegó a la máxima expresión con La Callejera en el cierre. Tanto insistir con los horarios Eduardo Mastel volvió a fallar. Una hora más tarde de lo prometido, ya que la presentación de Soledad se extendió más de la cuenta. Queda la promesa en el aire del secretario de Programación que, conforme a su carácter arremetió contra algún colaborador, entre los que se encuentra su hijo. Hubo consagrados en Jesús María, temas que no hicieron más que cargar a la gente de nostalgia y añorar otros festivales. El rancho e’la cambicha y El corralero. ¿Dónde estás querido Hernán?, se preguntó un plateísta.
La mitad más uno
A Cosquín parece que se lo mida por cantidad de público en la plaza, responsabilidad de propios y ajenos, pero nunca se lo midió por calidad. La primera luna volvió a mostrar esa calidad de espectador que muy pocos festivales presentan. Un 60 por ciento es un número que se discute, ya que queda ajustado al medio que recibió una pauta mayor o al que no recibió nada. Sin embargo nunca se pone en discusión la calidad de la gente que paga su entrada para ver el espectáculo. Ahora bien, en la frialdad de esos números todo se redujo a que esta velada estuvo lejos a otras inaugurales donde la característica que se sostuvo durante años fue la plaza colmada. Pero tampoco hubo mucha gente en las calles y en el entorno a la plaza. Un 25 por ciento menos que el año pasado, señaló un oficial a cargo de un sector del operativo de seguridad y con basta experiencia en esta fiesta del folclore. Sin embargo, la calidad de público se notó en la respuesta a cada una de las manifestaciones que hubo sobre el escenario. Desde la silbatina a Fabián Palacio y el rechazo al cholulismo de Maia Sasovsky, hasta el cerrado aplauso y lágrimas en ojos, dejó sentado que a este público no se le impone nada. Por eso el plateísta comulga con el que se sienta en las gradas de la popular. La Próspero Molina superó a esas líneas que sectorizan el valor de las entradas y, esto el sábado, se lo vivió. El cura párroco, Roberto Álvarez, acompañado por otros miembros de la Parroquia fue medido a la hora de la bendición y rescató como el año pasado los mensajes del Papa Francisco. El Cura jugó claramente de local y como que no estuvo ajeno a un año difícil de esta comunidad, valoró la calidad del público y midió sobre todo a la gran cantidad de gente local y así con su bendición marcó el punto de partida para una apertura que transitó por todos los climas. “Bienvenidos a Cosquín, donde siempre el barro se convierte en milagro”, fueron las palabras del cura e hizo hincapié en los “barros” que los que llegan a Cosquín transportan desde los distintos rincones de la Patria para concretar la “común-unión” entre los de acá y los de allá y que se manifestó con el Padre Nuestro con los espectadores tomados de las manos. Mientras tanto, la Orquesta Sinfónica dirigida por el maestro Guillermo Becerra interpretaba el tema de Silvio Rodríguez “Sólo el amor”, para luego sí el Himno Nacional Argentino entonado por el tenor coscoíno Darío Di Tomaso y la joven de las traslasierras María Luz, y sin bache arrancó el Himno a Cosquín, con los Guitarreros que en cada estrofa dejaron el alma con un cuadro espectacular del ballet oficial Camin con la Sinfónica del Festival y que para enmarcar de colorido aparecieron los fuegos de Aníbal Besso, más discretos que en los últimos 12 años. En el desfile inaugural sobró calor, climático y humano
Fervor
El tradicional desfile de apertura del Festival Nacional de Folclore en esta 55ª edición, rememoró las emociones de quienes conforman las delegaciones que llegan desde todo los rincones de la Patria, para conformar este sentido encuentro nacional, con el simple y no menor objetivo de solo estar aquí, ser parte, encender la llama del fogón, despertar a los duendes. Un calor abrazador -que derivó en repetidas intervenciones de las ambulancias destacadas a lo largo del desfile- contrastó con la calidez de cada una de las delegaciones, con mucha danza como característica particular de este año y con los infaltables de siempre como los riojanos de Chilecito y su tradicional Chaya que impregnan de tradición pura a este festival con harina y albahaca. Desde infantes muy menores, hasta adultos mayores, desplegaron un singular espectáculo en el mediodía del sábado, entre vestimentas tradicionales y modernas “pilchas de gaucho”, que culminó ya cerca de las tres de la tarde con el desfile de cuantiosas agrupaciones gauchas exhibiendo las vestimentas de sus apreciados caballos. Tal vez demasiado tarde para una jornada agobiante, algo que seguramente Emiliano ya estará revisando para años venideros, porque con su experiencia en esta difícil tarea de organizar tanto el desfile como los espectáculos callejeros, ajustó absolutamente todo conformando un excelente desfile. Atrás quedó la inoperancia que no supo responder rápido la limpieza después del desfile de la caballada. A todo esto el río se llenaba de gente. Bajo un atento ojo policial y de Seguridad Ciudadana, más atento a los chicos de gorra que a las múltiples carpas que se multiplican por cualquier lado y que generan la reacción de los Centros Vecinales que siguen sin ser escuchados y se los manda a callar ‘hasta que pase el festival‘. Los vecinos de Cosquín, a esta hora de un mes de enero, cantaron con Cafrune en el Piedras Azúles cuando al Turco lo echaban del escenario a las diez de la mañana. Los vecinos coscoínos te cuentan de los Bois cuando eran dueños de La Costanera y el Chango Nieto jugaba al ping pong con los Tucu Tucu y Daniel Altamirano les escondía las paletas. Los vecinos de Cosquín te traen una proclama que emula a la Revolución Francesa, a la de Mayo para hablar de acá pero a la vuelta de la esquina se sientan a compartir con vos un vino bueno, cargado con la savia propia que supera a la de las uvas cuyanas. Cosquín despierta, porque su gente es así. Dese aquel pibe rubio de pelos enrulados hasta el Negro Meco, eximio nadador de la tradicional La Toma que comulgaron en la década del 60 en el festival, saben bien lo que la gente quiere escuchar. Las pilchas sucias las lavamos después que se van.
Martes, 27 de enero de 2015
|